El (poco) sutil arte de la manipulación. Acerca de la intervención de La Cámpora en las escuelas argentinas

en El Aromo nº 68
arañasRomina De Luca
Grupo de Investigación de educación argentina – CEICS
 
Jóvenes muchachos peronistas en los colegios han desatado gran revuelo. Y el debate se inicia: ¿pueden ser las escuelas espacios libres de política? ¿Estamos ante un giro fascista? Lea esta nota para entender qué es lo que en realidad hacen los jóvenes K. 
 
El pasado 12 de agosto, el diario La Nación y el programa Periodismo para Todos (PPT), de Jorge Lanata, difundieron sendos informes en donde denunciaban la intervención de La Cámpora en las escuelas. La agrupación, con la excusa de organizar “talleres”, se dedicaba a realizar proselitismo político en espacios que deberían ser “libres” de actividades partidarias. La oposición, por su parte, defendió un supuesto purismo escolar y, en el colmo de la histeria, el macrismo habilitó un teléfono 0800 para denuncias anónimas sobre cualquier tipo de actividad política en las escuelas. Al mismo tiempo, se hicieron pedidos de informes varios y querellas judiciales a los principales dirigentes de La Cámpora. El kirchnerismo penduló entre acusaciones de psicosis colectiva, hacer partícipe al INADI aludiendo discriminación hacia el grupete de militantes K y minimizar los hechos. 
Mientras unos y otros cargan las tintas sobre las cuestiones mencionadas, eluden un debate serio sobre política y escuelas. También sobre la diferencia entre política y manipulación. Dicho de otra manera, ¿qué hace La Cámpora en las escuelas? 
 
Sé lo que hicieron el verano pasado…
 
Si bien la existencia de La Cámpora puede remontarse al año 2006, la consolidación de esa agrupación, como aparato político propio del kirchnerismo, se reforzó luego de la disputa agraria inter-burguesa, en el año 2008. Un segundo envión en el crecimiento de la influencia política del “brazo joven” se inició luego de la muerte de Néstor Kirchner, en octubre de 2010. Sólo unos meses antes, a fines de agosto, habían elegido como uno de los emblemas de la organización la figura del “Nestornauta” (o “Eternéstor”): el clásico dibujo de Oesterheld personificando a Juan Salvo, figura principal de la historieta El Eternauta, con el rostro del ex presidente. No será casual, entonces, que La Cámpora utilice la realización de homenajes al ex presidente o la entrega de libros, como puerta de entrada en su desembarco en los colegios. 
Si bien no generó escándalo mediático de relevancia, ya en el verano de 2011 el accionar de la agrupación en las escuelas argentinas resultaba nutrido. La excusa fue el lanzamiento del Programa “Florecen 1.000 flores, pintamos 1.000 escuelas”. El evento, como iniciativa conjunta de los Ministerios de Educación, Desarrollo Social y de Trabajo, invitaba a distintas organizaciones juveniles políticas, sociales, sindicales, estudiantiles y territoriales a reparar escuelas, entre el 14 y el 19 de febrero de ese año. A decir suyo, se trataba de consolidar el compromiso de un Estado presente en la comunidad. Claro está, a sus ideólogos no les resultaba preocupante la contradicción entre su afirmación y el recurrir a ONG’s para acondicionar escuelas, previo al inicio del ciclo lectivo. 
El programa se enmarcó en lo que se denominaron “Primeras Jornadas Nacionales Néstor Kirchner” y, según los datos oficiales, promovió la participación de 25.050 jóvenes, de más de 70 organizaciones, que acondicionaron 1.117 escuelas. Ellas se repartieron entre la Ciudad de Buenos Aires y las provincias de Buenos Aires, Chaco, Tucumán, Misiones, La Rioja, La Pampa, Entre Ríos, Salta, Jujuy, San Juan y Córdoba. El laboreo fue acompañado de encuentros culturales y de espacios de formación política, abiertos a la comunidad. Según denuncias periodísticas, el grueso de los jóvenes formaba parte de las filas camporistas. La movida fue replicada meses más tarde, entre el 11 y el 29 de julio de 2011, en las “Segundas Jornadas Nacionales Néstor Kirchner”. 
Distintas universidades nacionales oficiaron de propagandistas y articuladoras de las Jornadas. Entre otras participaron las Universidades de Moreno, Lanús, Avellaneda, San Martín, General Sarmiento, Tres de Febrero, de la Matanza, de La Plata, La Pampa y Tucumán. Fue en ese contexto en el que, por lo menos, en la provincia de Santa Cruz, se denunció que La Cámpora desplegaba sus banderas en las escuelas mientras realizaban las tareas de voluntariado1
Sin embargo, ese no fue el único programa oficial capitalizado por la nueva “juventud maravillosa”. También, se encargó de repartir libros del Plan Nacional de Lectura, del Ministerio de Educación de la Nación. Del conjunto de textos, los militantes eligieron aquel que, por razones obvias, convenía a sus intereses más mezquinos: El Eternauta. Utilizaron, además, las redes de la Subsecretaría para la Reforma Institucional y el Fortalecimiento de la Democracia, dependiente de la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Presidencia de la Nación. Gracias a ello, los camporistas organizaron talleres de “debate democrático”, con el juego “El héroe colectivo”. Usufructuando un programa oficial, no les resultó difícil obtener permisos para el ingreso a las escuelas. Una vez destapada la olla, se multiplicaron las denuncias sobre el accionar de los jóvenes K en Rosario, Córdoba, Mendoza, Entre Ríos, Buenos Aires, CABA, Chubut y La Pampa, entre otros.
Como si ello fuera poco, La Cámpora también se dio el lujo de inaugurar escuelas, tal como ocurrió con el Jardín de Infantes “Monigotes de Colores”, en el barrio Müller de Córdoba. La actividad contó con la presencia del Secretario General de La Cámpora, Andrés «Cuervo» Larroque, de Wado de Pedro, Gabriela Estévez, Julián Álvarez y Martín Fresneda, entre otros2. Tal como vemos, la instalación de la agrupación contó con un patrocinio estatal que no está a disposición de ningún otro partido político. 
 
Homo politikus 
 
Desde el campo de los especialistas de la educación, Guillermina Tiramonti (FLACSO) subrayó, en el informe de PPT, que el accionar de La Cámpora constituía una clara violación del principio de “neutralidad partidaria en las escuelas”. El Ministro de Educación porteño, Estaban Bullrich, destacó que la consecuencia del accionar de la juventud K implicaba que “la escuela deja de ser la escuela de todos para transformarse en un comité político”3. Similares declaraciones formuló la Ministra de Educación de Santa Fe, Letizia Mengarelli y sus pares de Mendoza, Salta y Chaco, entre otras provincias. Por su parte, los directores de las escuelas visitadas por La Cámpora adujeron desconocer que los chicos K militaban repartiendo insignias partidarias. Acorde con quien se siente bajo sospecha, defendieron que bajo sus gestiones sólo autorizaron “talleres”. 
Cabe destacar que en la provincia de Buenos Aires existe una norma específica que impide la colocación de símbolos partidarios en las escuelas. En efecto, durante el 2011, se sancionó el Decreto 2.299, que impide la colocación de símbolos religiosos y/o partidarios4. Si bien no se trata de una reglamentación generalizada para todo el país, fue recuperada por todos los críticos. 
La oposición ha defendido la idea de una escuela para todos. Sin embargo, esa neutralidad de lo común, en realidad, no existe. La conformación de la escuela, tal como la conocemos y la hemos naturalizado, se efectuó al calor de un programa político: el de la burguesía. Su visión del mundo y sus necesidades son las que han ordenado el proceso educativo y se han presentado como “el bien de todos”. Claro está, se trata de un espacio en el que se puede dar una disputa ideológica y programática. Pero esa batalla depende de la toma de conciencia de la aparente neutralidad como un constructo. Ese proceso tiene como primer punto de partida el reconocimiento de la ideología escolar dominante, que presenta la parte como el todo y a los docentes como seres carentes de ideología. 
El kirchnerismo, entonces, bajo el supuesto de recuperar la dimensión política de la educación, batallaría contra la neutralidad. Su accionar tendería a la defensa del Estado como actor central de la vida social. Sin embargo, ambas máximas resultan falsas. El accionar de La Cámpora evidencia la confusión kirchnerista entre Estado y Partido y en la utilización del Estado para la construcción de un aparato partidario asentado sobre un andamiaje punteril. Dicho de otra manera: el gobierno, mientras defiende al Estado como agente, “terceriza” tareas (reparto de bibliografía oficial, actividades de limpieza y mantenimiento, etc.) que le son propias, renuncia a ellas, para satisfacer necesidades políticas del elenco en el poder. Mientras dice reconstruir el Estado, su propio crecimiento presupone su desmantelamiento de una “confederación” de punteros. Si tal como sostiene el kirchnerismo buscara promover la politización en las escuelas, debería utilizar los canales normales de las instituciones educativas para propiciar el debate. Debate que debería convocar, además, a todas las fuerzas políticas y, al mismo tiempo, ser organizados por directivos y docentes. 
Finalmente, con el episodio de La Cámpora el gobierno no hace más que replicar el esquema que viene utilizando en otras esferas de la vida social (“Sueños Compartidos” de Madres, la Tupac Amaru de Milagro Sala, los bachilleratos “populares” de Barrios de Pie, por dar un par de ejemplos conocidos). Esta contradicción entre la consolidación política a través de la jibarización del Estado y una ideología que dice defender su rol central, es el producto de las necesidades de la restauración de la hegemonía post-2001, es decir, post-Argentinazo. El kirchnerismo expropió ese movimiento comprando organismos y personajes que ganaron su prestigio en las luchas anteriores. Para eso fue necesaria una amplia utilización de fondos públicos, que transformaron a los hasta entonces combativos en paniaguados del gobierno, al que ahora sirven de punteros y arreavotos a cambio de elevados sueldos. Al mismo tiempo, el episodio revela tanto la debilidad del kirchnerismo, que para construirse debe desarrollarse por fuera de las instituciones sociales históricas (los sindicatos, por ejemplo), como de la clase obrera, cuyo eje estructural de organización (el movimiento obrero) ha dejado afuera a buena parte de una clase a la que ya no puede acaudillar. Esas masas por fuera del movimiento obrero organizado, ese mundo de desocupados, trabajadores en negro, precarizados, etc., ese amplio campo de la población sobrante, es el caldo de cultivo del poder K al que se apela con esa “tercerización” de las funciones del Estado.
 
¿En qué quedamos? 
 
El kirchnerismo aduce que la militancia de La Cámpora en las escuelas responde a una demanda social: los jóvenes participan en política y quieren que la política ingrese a sus escuelas. Esa necesidad se correspondería con un proceso de politización promovido por el nuevo modelo kirchnerista del “país en serio”. Ese cambio de mentalidad del que ellos serían artífices les molestaría a “los viejos”. Ahora bien, el proceso de politización del que se vanaglorian, en realidad, es previo. Los jóvenes que hoy concurren al secundario han nacido a fines de la década del noventa. Como hijos del Argentinazo aprendieron que la lucha paga. El kirchnerismo pretende adueñarse de un proceso que lo precede y que, además, intentó e intenta sepultar. Para ello no duda en reprimir movilizaciones utilizando su propio brazo armado o recurriendo a la represión paraestatal a través de patotas. 
Los militantes K han reducido la política a un espacio vil. En lugar de generar espacios de confrontación y de debate de ideas, lo han ocupado para hacer burda propaganda oficial y generar imágenes falsas del pasado. El uso del juego “El héroe colectivo” se ha destinado a ello. Lo que sería la reivindicación de la lucha contra el imperialismo, eso es El Eternauta, termina siendo la ideología con la se justifica el riguroso pago de la deuda externa, expropiando a jubilados, negando conquistas históricas del movimiento obrero (como las asignaciones familiares a trabajadores que ganan más de 5 mil pesos) cobrando impuesto a las “ganancias” a maestros y colectiveros, sometiendo al país a situaciones ridículas y bochornosas con el único fin de capturar cuanto billete verde pase por ahí. Lo que sería el símbolo de la lucha colectiva, el personaje encarnado por Juan Salvo, termina siendo el soporte gráfico-ideológico de un enriquecido con la circular 1.050, cuyo genio político “colectivo” consiste en construir un capitalismo “de amigos”, timba, casinos y tragamonedas mediante. Cuesta ver entre los amigos del protagonista creado por Oesterheld a arribistas como Boudou o Kicillof. Más que reivindicación de los ’70, el kirchnerismo es su negación estricta. 
El problema más grave, sin embargo, con este episodio de La Cámpora, es la gran mentira que pretende instalar en la cabeza de los jóvenes, con la machacona insistencia de las “cadenas nacionales”, sin abrir el juego a un verdadero debate político, sencillamente porque no podrían sostener ninguna de las “verdades” del relato nac&pop. No nos extraña entonces que el juego utilizado para ello se guardara bajo siete llaves. La autora de esta nota se contactó con el Programa de Fortalecimiento de la Democracia para solicitar un juego “heroico”, a los efectos de escribir este artículo. La respuesta oficial fue un tanto curiosa: no resulta posible disponer del juego para uso individual en tanto forma parte de un programa institucional… Tampoco hemos encontrado información sobre la iniciativa en la página oficial del Programa. Estamos convencidos que el juego nos proporcionaría un sinnúmero de ejemplos de cómo manipular la historia para que ella resulte amable a la propaganda oficial. Su ocultamiento es revelador.
 
NOTAS
1 Véase www.opisantacruz.com.ar, 13/8/2012. 
2 Diario Perfil, 15/8/2012.
3 Véase http://tn.com.ar/politica/000266784 .
4 Página/12, 21/01/2012. 

 

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