Extrañas y trotskistas apologías peronistas. Reseña de El peronismo armado, de Alejandro Guerrero – Stella Grenat

en El Aromo nº 51

peronguerrero Alejandro Guerrero, periodista, escritor y militante del Partido Obrero, acaba de  editar El peronismo armado, en el que presenta una historia de lo que denomina “el  fenómeno guerrillero peronista”. Con interés, nos introdujimos en la lectura de una  obra cuyo autor proviene de las filas de un partido que, en los ’60-’70, rechazó la  lucha armada y que, desde entonces, ha sido profundamente crítico de quienes la  promovieron. El texto llamó nuestra atención también porque plantea superar la  producción bibliográfica existente sobre Montoneros mediante un estudio que, desde  una “óptica marxista”, buscaría comprender su historia.

 Sin embargo, no sólo no aporta datos nuevos a los ya existentes, sino que, del  tratamiento que otorga a los ya conocidos tampoco surge una explicación que permita  entender a la organización político militar Montoneros, ni a su rol en la lucha de clases en los ’70. Peor aún, su perspectiva termina negando el papel que le cupo a la izquierda armada y no armada en la dirección política de las fracciones obreras que hicieron tambalear el poder del Estado en aquellos años. Un argumento, nefasto, que deposita su confianza en la evolución espontánea de la conciencia obrera.

Todos somos peronistas

En las 700 páginas que constituyen el libro, no sólo se repiten datos ya conocidos, sino también una interpretación peronista de la historia. Aquella que, desde Ernesto Salas y Alejandro Schneider, pasando por James Brennan y Mónica Gordillo, ubica en el peronismo el origen del clasismo. Según esta genealogía, la Resistencia es el inicio de un proceso ininterrumpido de lucha que, en constante alza y sin contradicciones, expresa una tendencia política independiente de la clase obrera. Siguiendo esa perspectiva, Guerrero afirma que, a fines de los ’50, los trabajadores, al movilizarse contrariando los pedidos de “tranquilidad y serenidad” solicitados por las dirigencias conciliadoras, comenzarían a “actuar por sí, sin ‘obediencia debida’ a los mandatos del gran conductor”. De este modo se crearían “hendiduras” por donde se filtrarían “las tendencias a la independencia de clase del movimiento obrero.”1 En tal sentido, la huelga del Lisandro de La Torre indicaría

“un proceso de ruptura de sectores importantes de la clase obrera con sus direcciones tradicionales [y] la recomposición del vínculo entre el proletariado y el resto de la sociedad empobrecida, lo cual habla de un cambio cualitativo de la situación en su conjunto […] una huelga general, que […] pone en tela de juicio la cuestión del poder político. Por esas brechas empezarían a abrirse paso los sindicatos clasistas de los años ’60.”2

Siguiendo esta línea, Guerrero se ubica en una perspectiva obrerista que, viendo sólo la acción de la clase, deja de lado la de los partidos y, de este modo, la disputa de programas. De allí, que no le otorgue ningún valor en su explicación al hecho de que el objetivo político primordial tanto de la Resistencia, como de la colocación de caños, de los sabotajes, como de la experiencia guerrillera de Uturuncos, era el retorno de Perón.

Atado a una visión de la historia según la cual, mientras resista, la clase obrera genera una ideología opuesta a la de la clase dominante y, contrariando las pruebas existentes, Guerrero, omite referencias al rol de la izquierda, armada y no armada, como dirección de los hechos más importantes del período, entre ellos, de las jornadas de junio y julio de 1975. Tampoco observa el retroceso de la movilización de los sectores de la vanguardia obrera que se inicia hacia fines de ese año.3

Lo cierto es que, el carácter revolucionario o no de una forma de lucha es definido por el programa que guía la acción. En este sentido, la toma de una fábrica, las acciones de autodefensa implementadas por los trabajadores o la ejecución de acciones armadas, no suponen, en sí mismas, la prosecución de fines revolucionarios. Lejos de esta perspectiva, el enfoque del autor lo conduce a una posición autonomista, según la cual resulta innecesaria la intervención de la izquierda partidaria para el desarrollo de la conciencia socialista de los trabajadores. Asimismo, lo conduce a construir una apología encubierta de Montoneros. Veamos.

¿Firmenich o Santucho?

La hipótesis central de Guerrero es que, dado el surgimiento de esta tendencia independiente de la clase obrera, Perón se ve obligado a construir estructuras organizativas para contenerla. Este sería el origen “inevitable” del peronismo armado: de la Resistencia, de Uturuncos, de Taco Ralo y de Montoneros. De este modo, entrando en una contradicción flagrante, el autor sostiene que Montoneros es una herramienta política creada por Perón para contener a las fracciones obreras que tienden a romper por izquierda con el movimiento y, a la vez, expresión genuina de dichas fracciones.

Guerrero no reconoce que Montoneros era una organización peronista y que sus consignas principales fueron el retorno de Perón y la defensa del nacionalismo burgués, al que denominaban “socialismo nacional”. Razón por la cual, al igual que toda la izquierda peronista, su función fue contener a los trabajadores que tendían a colisionar con dicho programa. Lejos de promover el desarrollo independiente de las masas que tendían a romper por izquierda con Perón, Montoneros las detuvo, conduciéndolas por la senda de las ilusiones reformistas mientras la contrarrevolución se armaba, en serio, para aniquilarlas. En tal sentido, Montoneros no expresó a las fracciones más adelantadas del movimiento obrero, sino a las más atrasadas dentro de la vanguardia.

Incapaz de ver el proceso real de la lucha de clases, Guerrero no entiende que los que corporizan a los sectores revolucionarios de la clase obrera son los que rompen con Perón: el clasismo y las dos tendencias revolucionarias de la izquierda partidaria que se consolidaron en el período, la insurreccionalista (Política Obrera, el PST y el PCR) y la foquista (el PRT-ERP).

Alejándose de esta perspectiva, por ceguera y hasta macartismo, el autor no sólo se niega a ver la capacidad hegemónica del PRT, sino que lo presenta empeñado “en una suerte de guerra privada con los militares y grandes empresarios”, equiparando sus acciones con las de la Triple A.4 Siguiendo al pie de la letra los postulados de la teoría de los dos demonios, Guerrero presenta al PRT-ERP como a un “aparato” armado, aislado de las masas, cuya única función histórica fue justificar un despliegue represivo cada vez mayor. De esta manera, omitiendo toda referencia a la extensa trayectoria política sindical del partido en la década del ‘60, afirma que los militares postergaron sus acciones contra la guerrilla instalada en el monte porque sabían que  “el pronto exterminio del grupo armado le impediría ejecutar su verdadera misión”: aniquilar el movimiento obrero y estudiantil.5 Es penoso que prescinda de la extensa bibliografía que prueba la enorme influencia política del PRT en los sindicatos tucumanos.6

En tal sentido es absolutamente falso que “5 mil [soldados] iban contra 40 o 50 guerrilleros perdidos en la espesura, incapaces de establecer contacto con un movimiento de masas”.7

Según declaraciones del Acdel Edgardo Vilas, que dirigió el Operativo Independencia para “aniquilar la subversión” en Tucumán, su prioridad fue

“atacar primero la retaguardia de la organización. Ninguna guerrilla rural organizada puede actuar sin el apoyo de la población […] compuesta por ideólogos, agentes de reemplazo, simpatizantes o adherentes, agentes de contacto, agentes correo, proveedores, postas sanitarias, cárceles del pueblo, refugios, depósitos clandestinos, etc. […] desde el inicio del ‘Operativo Independencia’, todo se centró en la ciudad de San Miguel de Tucumán y Concepción. Fueron 4 meses de lucha urbana intensiva […] [que] sirvieron para que las tropas legales cumplieran con un período de adaptación al monte y se recuperara a la población trabajada por la subversión. La prosecución de la campaña a partir de mayo fue fácil y exitosa. Este es en síntesis el Plan Táctico inicial que posibilitó la victoria en Tucumán: el Ejército dio primero su combate en la ciudad y luego en el monte.”8

Aún admitiendo que Vilas exagere, a fin de remarcar las virtudes de su victoria, esta referencia es correcta. Nadie que se haya siquiera aproximado a los hechos puede negar la intervención armada y no armada del PRT en Tucumán, la región del país donde, sin dudas, tuvo una influencia de masas.

En definitiva, esta obra no logra clarificar los enfrentamientos políticos de la etapa. En primer lugar, la relación de Montoneros con Perón. La “tragedia” del periodo no fue que se hayan visto “rechazados explícitamente por ‘el gran conductor’”.9 Montoneros no rompió con Perón porque compartían el mismo programa. Como ya lo hemos señalado, su existencia expresaba la crisis del reformismo pero sin salir de él, manifestaba el malestar del sistema pero no planteaba ningún programa alternativo.10 De allí, su constante crisis con la derecha del movimiento.

En segundo lugar, la vinculación entre Montoneros y el PRT-ERP: Santucho jamás estuvo “dispuesto a aceptar la disolución de su partido en la guerrilla peronista.”11 Al contrario, será Montoneros quien, a partir de su expulsión en 1974, tienda hacia las fracciones más radicales del movimiento obrero. Esto explica su acercamiento al PRT y, sobre todo, su rol en las coordinadoras de 1975.

De este modo, Guerrero, no llega a vislumbrar la verdadera tragedia de la etapa: que la organización marxista que más arraigo alcanzó entre las masas, el PRT-ERP, no haya sido insurreccionalista, sino que haya desplegado una estrategia armada que complotó contra su propio desarrollo entre los trabajadores. Resulta sorprendente que el Partido Obrero publicite como propia una obra que no hace más que insultar a los verdaderos revolucionarios, por un lado, y hacer la apología del nacionalismo burgués, por otro.

NOTAS

1Guerrero, Alejandro: El peronismo armado, Editorial Norma, Bs. As., 2009, p. 91-92

2Ídem. p. 97. Esta idea se repite en las pp. 70- 121-123.

3Sobre el tema ver Löbbe, Héctor: La guerrilla fabril, Ediciones ryr, Bs. As., 2006.

4Ídem. pp. 349-533 y 534.

5Guerrero, Alejandro: op. cit., p. 503

6Entre otros: González, Ernesto, (coordinador): El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina, (Tomo 3: Palabra Obrera, el PRT y la Revolución Cubana), Volumen 1 (1959-1963), Antídoto, Bs. As. 1999; De Santis, Daniel: A vencer o morir. PRT-ERP. Documentos, Tomo I, Eudeba, Bs. As., 1998.

7Ídem.

8Vilas, Acdel Edgardo: El plan táctico que posibilitó la victoria contra el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en 1975, en http://diariopampero.blogspot.com, 12/8/2008.

9Ídem. p. 375.

10Grenat, Stella: “Ni antes, ni después. Montoneros, Kirchner y los límites del reformismo burgués”, El Aromo, N°. marzo/abril de 2007.

11Guerrero, op. cit. p. 550.

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