Fabián Harari sobre San Martín. En Tiempo Argentino (15/08/2010).

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sanmarLa humanidad del revolucionario

Fabián Harari
El campo de batalla está cubierto de 2 mil cadáveres. Su artillería toda, sus parques, sus hospitales con facultativos, su casa militar con todos sus dependientes, en una palabra: todo, todo cuanto componía el ejército real es muerto, prisionero o está en nuestro poder. Nuestra pérdida la regulo en unos mil hombres entre muertos y heridos.” Estas palabras no fueron escritas por Hitler ni por Videla, sino por quien estamos homenajeando. El Comandante de Granaderos a Caballo no sólo fue terminante con sus enemigos: todo subordinado que mostró cobardía, que huyó o que retrocedió sin orden fue inmediatamente ultrajado y luego fusilado, sin mediar proceso ni derecho a la defensa.
Presento estos datos a raíz de ciertas voces que suelen exigir una especie de  “humanización” de los próceres. Para esta corriente, “humanizar” consiste en mostrar el lado privado, particular, del personaje en cuestión: si llora, si está enamorado, si tenía alguna mascota, si tenía aventuras indiscretas o si era mal hablado… La violencia, obviamente, no constituye una cualidad humana, por lo que suele ser negada o minimizada.  El problema es que lo que constituye a un ser humano particular no es tener sentimientos (todos los tienen), ni haber cometido bajezas (quién no lo ha hecho), sino la capacidad de portar ciertas relaciones sociales. Ciertos individuos logran, en determinadas coyunturas, anudar una cantidad y calidad de lazos que le dan una alta responsabilidad y lo colocan en un lugar importante en la historia. Decimos “en determinadas coyunturas”, porque cada cualidad requiere su momento y lugar de aplicación. Por lo tanto, para comprender a un prócer, no hay que hurgar en su vida privada, sino que hay que comprender a su sociedad.
San Martín vivió en una época en que las relaciones que unían a los seres humanos, las feudales, comenzaron a quebrarse. Otras, las capitalistas, pugnaban por nacer. Esos choques estallaron en una guerra que recorrió el mundo. En España, poco podía hacer un oficial de línea, encima criollo, en un conflicto de dinámica irregular y prácticamente perdido. La revolución en América, en cambio, se presentaba como toda una oportunidad para el talento. Así, se ligó con la naciente burguesía rioplatense. Ante todo, se casó con la hija del hacendado más importante (y más radical) de su época: Antonio Escalada. Luego, ingresó en la política, formando la Logia Lautaro, y provocó un levantamiento en octubre 1812, que puso en el poder a un gobierno adicto a sus planes.  Él no fue un prócer por haber llorado, por no estar en el funeral de su mujer, ni por ninguno de sus gestos de ternura, sino por haber derrotado al mayor ejército del continente. Eso no lo consiguió por ser más o menos simpático, sino porque supo analizar la estructura militar del dominio peninsular y logró trazar una estrategia de guerra victoriosa. Utilizó la violencia organizada no porque fuera cruel, sino porque tenía que forjar un mundo nuevo. Fue más humano porque supo corporizar, en su persona, las aspiraciones de la burguesía, que entonces emprendía el asalto al cielo. Que quienes veneran a este dirigente se escandalicen por la acción de los nuevos revolucionarios es una muestra de hipocresía o mediocridad intelectual.

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