Mitos reformistas – Juan Manuel Duarte

en El Aromo nº 85

Primer-tranvia-eléctrico-a-Chacarita-CyC-31oct1903-copiaLa idea de que la Argentina no desarrolló industrias hasta la llegada del peronismo no es correcta. Pero tampoco se observa que la fabricación local haya sido limitada por factores externos o por intereses anti-productivos.

Por Juan Manuel Duarte (Grupo de investigación de la historia económica argentina-CEICS)

En el sentido común, existe la idea de que en el país no se habrían desarrollado industrias hasta después de 1930. Ese argumento sirve a los fines de la periodización de la historia económica en modelos de desarrollo, en los cuales se intercalan sucesivamente períodos regresivos (vinculados a la producción primaria y a las finanzas, como el agroexportador y el de valorización financiera) y progresivos (vinculados al capital industrial, como la ISI y el actual modelo).1 Estas estrategias estarían motorizadas por los intereses de distintas fuerzas sociales que, mediante el control del Estado, posibilitaron esas estructuras: mientras que el capital industrial mercado internista y los trabajadores habrían fomentado el desarrollo productivo, el capital extranjero, la oligarquía y las finanzas impulsaron la ganancia fácil, imponiendo modelos de desindustrialización y pobreza para las masas.
Ante las evidencias que ponían en tela de juicio la inexistencia de industria hasta 1930, una elaboración más refinada de esa noción sostiene que si bien existió un desarrollo el mismo estuvo condicionado por la falta de protección de los gobiernos oligárquicos, que defendían el librecambio para favorecer la exportación primaria. A diferencia de las potencias como Estados Unidos, o incluso de Canadá, los intereses liberales se habrían impuesto a los industriales, vinculados con el proteccionismo, para perjudicar un desarrollo al nivel de estos países.

El cuento del Tío… Sam

Sin embargo, un análisis más detallado evidencia la fragilidad de estas apreciaciones. Varios estudios muestran que antes de 1930 existía industria, no sólo en el sentido usual de la palabra, sino de establecimientos que alcanzaban, en términos marxistas, las características del sistema de máquinas (la gran industria) en varios sectores.2 Ello llevó incluso a que los yanquis prestaran atención ante la posibilidad de proveer insumos a la industria local.
Durante las primeras décadas del siglo XX, el Gobierno de los EEUU buscaba expandir los mercados para sus capitales. Por ese motivo, envió funcionarios a diferentes regiones del mundo para analizar los distintos mercados para ingresar con su producción. La Argentina fue uno de los países que recibió mayor atención; no solo para la introducción de bienes de consumo, sino también para el ingreso de materias primas, insumos y maquinaria para la industria local. Como resultado, el Departamento de Estado elaboró las Series de Agentes Especiales, donde se detallaban las estructuras de las plazas en las cuales buscaban descargar sus mercancías. A partir de ellos, tenemos una minuciosa descripción de la industria local y del mercado de diversos bienes para las primeras décadas del siglo, como textiles, automóviles, maquinaria agrícola, calzado, productos de madera, electrodomésticos, entre otros.
En dichos informes, se evidencia cómo ciertas ramas de la producción se encontraban en la frontera tecnológica internacional. Por ejemplo, en la industria gráfica. Según el informe de Robert Barret, las 64 firmas gráficas y los 21 periódicos de la ciudad de Buenos Aires, que editaban más de 600 publicaciones previo a la Primera Guerra Mundial, empleaban 1.700 máquinas modernas, originarias de Europa y de los EEUU. Para 1919, la industria del calzado contaba en todo el país con 231 establecimientos (195 de ellos en Capital y provincia de Buenos Aires). La expansión de esa actividad llamó la atención de la United Shoe Machinery Co., que instaló una filial de venta en el país para proveer de maquinaria a las fábricas del ramo.3
Por su parte, en la producción de bienes de capital existían 7 casas fabricantes de implementos agrícolas (1.194 obreros), 59 talleres de reparación de máquinas (317 obreros), 64 talleres de níquel y latón (705 obreros), 6 fabricantes de calderas (96 obreros), 5 productores de materiales de construcción (80 obreros), 59 fundiciones (1.944 obreros), 992 herrerías (5.047 obreros), 228 talleres de maquinaria (6.915 obreros), 3 fabricantes de molinos (34 obreros), 45 plantas de productos de iluminación (3.726 obreros), 3 plantas de gas (2.469 obreros) y 181 constructores de estructuras para edificación. Estaban equipados en su mayor parte con maquinaria e insumos europeos, y en menor medida de origen norteamericano, ingresadas al país por diferentes casas importadoras. Los informantes también prestaban atención a otras actividades para la provisión de máquinas herramientas, como por ejemplo los ingenios azucareros de Tucumán y la reciente explotación petrolera. En efecto, para 1924 la Argentina era el sexto mercado de exportación de máquinas herramientas desde los EEUU y también uno de los principales para la maquinaria alemana.4

Todo para el hogar

Otras actividades comenzaban a expandir de forma incipiente su mercado, como el equipamiento eléctrico. Este sector incluía maquinaria para la generación en centrales eléctricas, cableado, equipo para odontología, y electrodomésticos. La producción local era reducida, aunque para los años ’20 la demanda comenzaba a aumentar y a habilitar ciertos nichos para capitales nativos.
El uso de ventiladores se generalizaba en oficinas y sitios de concentración de gente, aunque la demanda residencial aun era pequeña. Las máquinas de lavado y planchado se utilizaban en lavaderos, y crecía su uso hogareño. Lo mismo ocurría con los calefones a gas, aunque por el momento, la mayor parte del agua caliente se obtenía mediante leña o carbón. Las aspiradoras ingresaban lentamente, restringidas a las casas de familias acomodadas. Para esa década, las heladeras también se hacían presentes en los sectores de mayor poder de consumo, principalmente de origen norteamericano y también suecas (Electrolux); aunque a mediados de los ’20 ya se fabricaban en el país.
Aun existían pocas cocinas eléctricas. El informe del Departamento de Comercio destacaba que un fabricante de pequeñas estufas de disco tenía inserción en el mercado local. Por su parte, la instalación de radiadores y sistemas de calefacción residencial se incrementaba debido a la construcción de edificios modernos; aunque el elevado precio del combustible atentaba contra su masificación.
Existía a su vez un mercado que permitía la importación de muchos artículos eléctricos de uso domestico, desde tostadoras y estufas a bucleras, almohadillas eléctricas y calentadores de agua. También había clientes para artículos más extravagantes: máquinas de rayos ultravioleta y vibradores eléctricos, provenientes de EEUU y Alemania. Las estrategias de marketing habían permitido mantener este producto lejos de los “sex shops”, ya que era promocionado según la doctrina terapéutica de aquel entonces como de utilidad para tratar la histeria femenina, bajo el eufemismo de “masajeador pélvico”. Aunque también se promocionaba como útil para masajes o bien para ayudar en la circulación sanguínea.
Para esa década, Buenos Aires contaba con más elevadores que cualquier otra ciudad de Sudamérica. Los americanos dominaban la provisión de ese equipo, al igual que en aparatos telefónicos. A su vez, la electrificación residencial provocó el aumento en la demanda de lámparas, arañas y otros apliques para iluminación. La importación se reemplazó casi totalmente por un fabricante de la Capital. Lo mismo ocurría con los letreros de neón en los comercios, de extendida demanda en Buenos Aires y fabricados localmente.5

Problemas centenarios

Como vemos la expansión de los centros urbanos y la creciente inmigración, entre otros motivos, fue ampliando la demanda de bienes de consumo. Los establecimientos instalados hacia fines del siglo XIX crecieron, mientras aparecían nuevos fabricantes. El crecimiento de la industria puede observarse en las estadísticas de importación: entre 1900 y 1930, el 56% de las importaciones correspondió a bienes de capital e insumos para la producción, mientras que solo el 38% fueron bienes de consumo final. Para la década de 1910, entre un 30 y un 40% de las importaciones totales del país correspondían a bienes para “mantenimiento y expansión” de la industria.
La idea de que la Argentina no desarrolló industrias hasta la llegada del peronismo no es correcta. Pero tampoco se observa que la fabricación local haya sido limitada por factores externos o por intereses anti-productivos. Esas interpretaciones son la elaboración intencionada del capital que acumula en el mercado interno, que busca culpables para explicar su incapacidad de competir en el plano internacional y su tendencia a fundirse de manera periódica.
Por el contrario, la industria se topó con sus límites históricos. Más allá de dificultades concretas, como la escasez y carestía de los combustibles principales, como el carbón y los derivados del petróleo, sufrió las consecuencias del carácter pequeño y tardío del capitalismo en Argentina. Como observamos en ciertos rubros, cuando aquí se conformaban las primeras empresas, ya existían competidores con varias décadas de trayectoria, con una escala que era la del mercado mundial. Eso implicaba, en los países líderes, producción en serie y la posibilidad de obtener menores costos. En este punto, el mercado argentino operaba como un límite a la escala, impidiendo la incorporación de los últimos métodos productivos por no ser rentables, o directamente haciendo poco atractiva la producción local. Los mismos problemas que hoy, con una magnitud mayor, tiene la industria. La solución a este problema no la tienen los burgueses que llevaron a la Argentina a su situación actual. Solo será posible sortearlo cuando los trabajadores tomen el futuro en sus manos, evitando así el despilfarro del producto de millones de horas de trabajo. Hay que centralizar los medios productivos en manos de un Estado obrero, para aumentar la escala y racionalizar la producción, asignando científicamente los recursos sociales.

Notas
1Una crítica a esta forma de periodizar puede verse en Bil, Damián: “Fantasías del pasado”, en El Aromo n° 55, 2010.
2Ver las investigaciones del CEICS sobre calzado, confección, industria gráfica, diversos productos de alimentación, transporte marítimo, metalurgia, carruajes, y otros. En www.ceics.org.ar. También, Ansaldi, Waldo: Una industrialización fallida. Córdoba, 1880-1914, Ferreyra, Córdoba, 2000, y Tarditi, Roberto: “Los frigoríficos, ¿manufactura o fábrica?”, Anuario PIMSA, 2005.
3Barret, Robert: “Paper, paper products and printing machinery in Argentina, Uruguay and Paraguay”, en Special Agents Series n° 163, Department of Commerce, Washington, 1918; Brock, Herman: “Boots and shoes, leather, and supplies in Argentina, Uruguay and Paraguay”, Special Agents Series n° 177, 1919 y Kabat, Marina: Del taller a la fábrica, Ediciones ryr, 2005.
4Massel, J.A.: “Markets for machinery and machine tools in Argentina”, Special Agents Series n° 116, 1916; y Phoebus, M.A.: “Argentine market for United States Goods”, 1926.
5En “Electrical equipment market in Argentina”, Department of Commerce, 1928.

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