Venezuela: ¿Eso es todo… ? Los límites del reformismo chavista

en El Aromo nº 61

ChavezFernando Dachevsky
OME-CEICS

En el marco de las últimas Jornadas Internacionales de Investigación y Debate Político organizadas por el CEICS mantuvimos un debate con Modesto Guerreo acerca del chavismo y su rol en el proceso venezolano, que hemos decido continuar en estas páginas. Es importante señalar que Modesto Guerrero no sólo es un cuadro destacado del partido de gobierno, sino que es uno de sus principales voceros internacionales. Es decir, no se trata de alguien que simplemente mira con buenos ojos al gobierno de Chávez, sino un elemento constitutivo de dicho gobierno. Veamos entonces cuál es su posición.

Guerrero retoma una serie puntos comunes a los que recurren muchos que ven en el chavismo una alternativa válida en la lucha por el socialismo. Su argumentación puede resumirse, en pocas palabras, de la siguiente manera: al chavismo le falta mucho por hacer, tiene puntos débiles que superar, pero en su dinámica contradictoria permitiría el desarrollo del poder obrero generando las condiciones necesarias para el impulso de una política revolucionaria. Como veremos, esta clase de planteos terminan sirviendo de base para apoyar a cualquier gobierno, en abstracción de su participación real en el proceso en cuestión, por el sólo hecho de que se presente a sí mismo como transformador. Es decir, por basarse en lo que dice y no en lo que hace.

El chavismo y lo revolucionario

De nuestra parte, no ponemos en duda que en Venezuela se esté desarrollando un proceso con potencialidades revolucionarias. Efectivamente, dicho país constituye uno de los escenarios donde la lucha de la clase obrera ha avanzado notablemente. Allí, la transición al socialismo ha dejado de ser un tema de discusión entre teóricos, para convertirse en un problema que atraviesa la conciencia de buena parte de la clase obrera venezolana. Lo que aquí estamos criticando no es la confianza en torno a las potencialidades de la clase obrera venezolana, sino el lugar de Chávez y del PSUV en la dirección de ese proceso. La pregunta que debemos responder es si la dirección chavista impulsa el proceso o, por el contrario, en nombre del Socialismo del Siglo XXI, está actuando como una barrera de contención del mismo.

Guerrero sostiene que no hay un manual de cómo hacer la revolución. Eso es cierto solo parcialmente. No hay ningún texto que reemplace el análisis científico de cada país, pero sí es cierto que hay una serie de experiencias triunfantes, otras derrotadas y que sobre eso se ha escrito mucho. Por lo tanto, sí hay leyes generales sobre qué es y qué no es una revolución. Con la excusa de que cada caso es diferente, no se puede exigir que todo el conocimiento empiece de punto cero. Chávez tiene sus elementos distintivos, pero no es una completa originalidad histórica nunca antes vista: antes de él fueron Perón, Nasser y, más atrás, Luis Bonaparte. En este caso, la apelación a la “particularidad” venezolana pareciera, más bien, una excusa para romper amarras con la tradición socialista.
Ahora bien, Guerrero dice que el chavismo lleva a Venezuela a la revolución. Bien, ¿cuál es entonces la vara para medir el grado de avance del proceso? El compañero nos plantea que hay que responder tres preguntas básicas. La primera es si la nación avanzó o retrocedió en su relación con el poder mundial imperialista. Incluso, pensando la cuestión en términos nacionales y si tomamos en consideración la relación con su capital extranjero, el chavismo no tiene mucho de lo cual jactarse. En este sentido, basta con observar el lugar privilegiado que conservan empresas como Chevron, Total o Statoil en la explotación del petróleo (la principal fuente de riqueza venezolana). O la gigantesca transferencia de renta petrolera hacia el mantenimiento de empresas refinadoras obsoletas que el chavismo sostiene en Rusia, Europa y EE.UU. Sin embargo, aquí hay un problema en la propia pregunta que formula Guerrero. La idea de “poder mundial imperialista” se torna muy difusa cuando no se clarifica el programa. En repetidas ocasiones hemos planteado que la noción de opresión imperialista como problema fundamental de las formaciones sociales latinoamericanas termina resultando en una inversión ideológica que sustituye la forma específica en que se desarrolla la acumulación del capital en los países del continente por su apariencia en la política internacional. Es decir, ¿podemos afirmar que es Venezuela un país oprimido y saqueado por el imperialismo cuando permanentemente recibe enormes flujos de valor que no se corresponden con la masa de trabajo puesta en marcha dentro de su economía? Por el contrario, gracias a la renta de la tierra petrolera, Venezuela ha recibido transferencias netas de valor a lo largo de su historia. Por decirlo en otras palabras, las venas abiertas no están en América Latina, sino en todo caso en los países que, como EE.UU., tienen que reconocerle a Venezuela una masa de valor que no produjo. En definitiva, la idea de opresión imperialista termina colocando el problema de manera externa a la contradicción más básica del capitalismo: la contradicción de clase.

Entendiendo que la contradicción fundamental está en la relación entre clases y no en las disputas nacionales, tenemos que responder si, durante el chavismo, la clase obrera venezolana avanzó en poder controlar qué se hace con la riqueza que se apropia en dicho país. Guerrero no plantea esta cuestión, sino que reduce el problema a si “mejoró la vida de la población trabajadora y sus familias, o si la tendencia es la contraria”, subestimando algo tan básico como que dentro del capitalismo puedan mejorar dichas condiciones de vida. Buena parte del apoyo que tiene el chavismo se apoya en que efectivamente durante los últimos 11 años se registró una mejora de diversos indicadores sociales empujados por el gasto del Estado y por las misiones financiadas por PDVSA (ver nota de Romina de Luca en el suplemento TES). A su vez, hubo cierta recuperación del salario real, aunque todavía se mantiene en los niveles de la década de 1980. Sin embargo, es importante remarcar que las mejoras han sido sumamente limitadas en relación a la magnitud de riqueza que percibió Venezuela durante el chavismo. La masa de renta estimada para Venezuela durante la última década llegó a alcanzar niveles hasta 2,3 veces superiores a los picos máximos de renta percibida durante el boom de precios de la década de 1970. Aun esto no resultó en ninguna transformación sustancial de los problemas más básicos que aquejan a la clase obrera venezolana. En particular, nos referimos al gigantesco déficit de viviendas que tiene Venezuela y que se puso en evidencia durante las inundaciones de finales de 2010. Ahora bien, ¿qué hizo el chavismo para solucionar este problema? Nada, en comparación a la masa de riqueza que tiene a su disposición. En este punto, la comparación con los años del boom petrolero de la década de 1970 es contundente. Mientras que entre 1974 y 1983 el stock total de viviendas residenciales en Venezuela se triplicó, durante los últimos 10 años apenas aumentó en un 20%.

Como dijimos, aquí el problema es que la pregunta que hace Guerrero está mal planteada. El hecho de que no se haya avanzado en resolver los problemas más básicos de la clase obrera venezolana es la muestra más clara que de que el chavismo no expresa una mayor capacidad de control de la clase obrera en decidir qué se hace con la renta. Es más, ni siquiera expresa un mayor control estatal de la renta. Durante la década de 1970, alrededor del 60% de la renta petrolera era canalizada por la vía del gasto estatal. En la actualidad, si sumamos la participación fiscal del estado en la renta y la masa de recursos que PDVSA destina en gasto social, la masa de renta que es vehiculizada por la vía estatal no supera el 35% de la masa de renta disponible. Durante el chavismo, más de la mitad de la renta petrolera es transferida de manera directa al sector importador por la vía de una sobrevaluación del Bolívar de casi un 400%. Contrario a lo que pueda suponerse, el chavismo expresa, en términos históricos, un retroceso del Estado como canalizador de la renta petrolera.1
Esto nos lleva a responder el último interrogante que plantea Guerrero: ¿avanzó el poder popular y la conciencia política en amplias capas de la sociedad pobre y explotada, o sólo se mantienen como clientela masiva de un Estado protector, sin ningún desarrollo político y cultural?

Aquí hay que distinguir lo que la clase obrera venezolana hace de lo que el gobierno quiere que haga. No podemos dejar de remarcar la convivencia de sectores del chavismo con el sicariato que amenaza a las estructuras sindicales no afines al gobierno (o hasta incluso de sectores afines “críticos”).2 Ni la claudicación de la defensa de sus propios aliados con la deportación de militantes colombianos. En este sentido, cada vez se pone más en evidencia como el carácter conservador del chavismo lo lleva a tener que recurrir a los métodos de supervivencia propios de la burocracia. Esto se vio con mucha claridad con las últimas elecciones parlamentarias, en las cuales el partido de gobierno tuvo que recurrir a la manipulación de los distritos electorales para poder obtener más diputados que la oposición (31 diputados más), a pesar de haber obtenido menos votos (250 mil votos menos). La manipulación de distritos electorales -de manera de que aquellos distritos donde el gobierno tiene mayoría tengan una participación en cantidad de diputados proporcionalmente mayor a la de aquellos distritos opositores- es muestra acabada de cómo el chavismo busca acomodarse frente a un retroceso de la inserción del PSUV en las masas. Retroceso que comenzó a registrarse a partir de la contracción que el gasto social que el chavismo implementó a partir de la crisis internacional de 2008 y su correlato en los precios del petróleo.

Quién gana y quién pierde con el chavismo

A pesar de llevar más de 10 años de gobierno, el chavismo se ha mostrado impotente en avanzar en transformar la estructura social y productiva de Venezuela. En consonancia con lo registrado en el caso de las viviendas, según las propias cifras oficiales, la renovación del capital fijo venezolano de la industria no petrolera fue apenas del 4%, cuando durante el boom petrolero de los años 70 había sido del 300%. Es decir, el gobierno de Chávez fue menos transformador de la estructura productiva que el gobierno conservador de la Democracia Cristiana que gobernó durante el pasado boom.

Respecto de su política hacia las masas, esta se basó en sostener una buena parte de la clase obrera sobrante para el capital que existe hoy en Venezuela, por la vía de la política social, acrecentando de manera significativa el empleo público y por el sostenimiento de empresas quebradas nacionalizadas. Sin embargo, como puso en evidencia la caída de los precios del crudo de 2008, esas medidas son sumamente sensibles a la evolución de la renta petrolera. El problema aquí es que la política del chavismo no sirvió de base para el desarrollo de una planificación centralizada en manos de un Estado obrero. La centralización pareciera ser una mala palabra para el gobierno (de ahí la negación de hablar de “socialismo” a secas y adherir “del Siglo XXI”), mientras se observa como las empresas que “expropia” terminan compitiendo entre ellas mismas y el 80% de las cooperativas están fundidas. En definitiva, las empresas que nacionaliza el chavismo terminan operando de la misma forma en que lo hacía el capital nacional y extranjero que acumulaba en Venezuela. Es decir, a una escala fragmentada con tecnología obsoleta y dependiendo de las transferencias de renta. En este proceso, el rol del partido de gobierno ha sido el de garantizar una política patronal que, en nombre del socialismo, busca abortar cualquier proceso asambleario que derive en reivindicaciones básicas y cercena derechos sindicales elementales. Con respecto a la izquierda que, según el compañero, “se queda afuera”, es el propio Chávez quien se dedica a perseguir a la organización obrera que pide un mayor avance.

Mientras el gobierno acusa a los empleados estatales que luchan por mejoras salariales de ser poco socialistas, la burguesía sigue manteniendo un lugar privilegiado en la apropiación de renta petrolera. No sólo en el sector importador por la vía de la sobrevaluación de la moneda, sino en el plano financiero. Sólo en los últimos 5 años, tomando como referencia las cifras del propio Banco Central de Venezuela, se fugaron al exterior 85 mil millones de dólares por operaciones cambiarias entre privados. No se puede caracterizar al chavismo si no partimos por distinguir lo que dice de lo que efectivamente hace. No vaya a ser que en nombre de lo contradictorio y lo dinámico terminemos apoyando un gobierno que ataca a la clase obrera y la deja cada vez más expuesta a perder las conquistas que supo alcanzar durante los últimos 10 años.

Notas
1 Estos datos surgen de una investigación que estamos llevando adelante sobre las particularidades del capitalismo venezolano y el significado de la etapa chavista que se publicará como libro a fin de este año.
2 Una muestra más que contundente es el asesinato de dos militantes “chavistas” del sindicato de la empresa Ferrominera por parte de una patota compuesta por otros “chavistas” ligados a la gobernación local, el pasado 9 de junio, en una disputa por quién se quedaba con la dirección del control obrero de la empresa.

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