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   El movimiento es hijo de la contradicción. Es su forma de expresarse, de desenvolverse. No puede, en consecuencia, seguir ordenadamente una línea simple. Va y viene. Avanza y retrocede. No tiene forma más que su propio despliegue. Aún así, no es puro caos. Detrás del aparente sinsentido de la realidad, la marcha no se detiene. Puede parecer estancada y de hecho estarla, cualitativamente. Pero aunque más no sea cuantitativamente la realidad cambia todo el tiempo. Y esos pequeños cambios de la cantidad, del número, preparan las grandes explosiones de la historia. Por eso la realidad da saltos. Allí se hace evidente el movimiento que ha venido preparándose en el silencio de la vida cotidiana. Representar ese movimiento de la sociedad, era representar su sinuosidad, ese saltar los obstáculos que traban su marcha. Eso es La línea sinuosa: la representación de la vida que se abre camino.

El punto de partida: la revolución burguesa

   El individuo comienza su vida como una pura energía, una potencia plena vacía de contenido. Es, todavía, todo lo que le han dado. Vivir consiste en superar lo dado construyendo un lugar propio en el mundo, es decir, un mundo que contenga lo propio. El proletariado comienza su vida con una potencia que deviene de la clase para la cual él es, apenas, la parte viva de una riqueza alienada que se le opone como enemigo mortal. El proletariado no es más que una clase para el capital y, como tal, heredará su potencia sólo cuando la supere desarrollándose. Esa herencia está representada aquí por un pequeño fragmento de la mayor expresión de la música revolucionaria: la Sinfonía nº 9 en Re menor, Opus 125 “Coral”, de Ludwig Van Beethoven interpretada por la London Symphony Orquestra y el London Symphony Chorus, Dirección Carlo Maria Giulini.
Nacido en los arrabales del capitalismo europeo de aquel entonces, Beethoven iba a expresar en su música el mismo tipo de “sublimación” creativa que otros grandes intelectuales de la Europa que corría al este del Rin, como Hegel, Goethe o Clausewitz. Imposibilitada de una revolución real, Alemania sólo podía producirla en el pensamiento, decía con razón Engels. Su miseria material ascendía al cielo de las ideas transfigurada. Lo mismo podría decirse de la música, en particular de la de Beethoven. Joven perteneciente al iluminismo alemán, ese movimiento intelectual que intentaba construir una Alemania a la altura de los tiempos, es decir, capitalista, Beethoven ve en la Revolución Francesa la promesa de un mundo nuevo. Aunque la coronación de Napoleón va a desencantarlo, al punto de cambiar la dedicatoria de uno de sus grandes trabajos, nunca abandonará los ideales que 1789 trajo consigo. La musicalización del gran poema de su compañero en ideales, Schiller, El himno a la alegría, es testimonio de su fidelidad a aquellos valores: libertad, igualdad, fraternidad. La burguesía formuló la promesa, pero nunca la cumplió: la libertad se transformó en libertad de comercio; la igualdad real, en igualdad “ante la ley”; la fraternidad, en la sumisión al estado burgués. Pero, por encima del hombro de la clase a la que perteneció, Beethoven todavía le habla a la humanidad presente. Le recuerda que aquella batalla no decidió la guerra, que su curso todavía está inconcluso y que un nuevo ejército deberá culminarla. Recogemos esa herencia, con irreverencia y respeto.

Un largo y sinuoso camino

   ¿Qué podemos agregar aquí sobre los Beatles que no haya sido dicho ya? Elegimos este tema para indicar el comienzo de la obra, señalarle al que escucha que le espera eso, un largo y sinuoso camino. Su musicalidad se corresponde bien con el título, señalando un ir y venir, un desplazarse ondulante, cargado de angustias y deseos, una forma de llegar que es, al mismo tiempo, un retorno. Una canción de amor cuyo objeto puede ser una mujer o un hombre, pero también una vida, la propia, la de la humanidad en busca de reencontrarse consigo misma: “El largo y sinuoso camino que lleva a tu puerta nunca desaparecerá”, canta McCartney. Podemos ponerle cualquier contenido a una forma que expresará siempre una tarea inconclusa, una tarea dolorosa hacia el bien amado. Ningún tema expresaría mejor el problema que presentamos aquí que esta canción cuyo formato “spectorizado” causó tanto debate en su momento. Despojado de toda “pared de sonido”(1), trabajamos con el arreglo de Gustavo Suárez, compañero y amigo, especialmente realizado para este CD. Esta canción es interpretada por un solo instrumento, el guitarrón, instrumento de afinación más grave que la guitarra, su afinación original es: si- fa# -re- la- mi- si, aunque en este caso con una picardía: afinado un semitono(2) más arriba, suena como una “guitarra barítono”. Este arreglo para una sola guitarra (chord melody) esta formado por acordes a cuatro voces, bajo tenor, contralto y soprano.

 

(1) Efecto creado por Phil Spector, productor de los Beatles, consistente en agregar un masivo sonido orquestal de fondo. Según Paul McCartney arruinó por completo su “Let it Be”.

(2) Semitono: intervalo más corto entre dos notas musicales.


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